lunes, 24 de octubre de 2011

Tres sueños en la siesta de la Pythia, de José María Guadalupe Cabrera Hernández


I
Abandonó su lar hiperbóreo.
Volvió a tostar su tez la caricia del trópico.
De los Misterios Eleusinos
hizo invertidos rito y camino.
Erigió un cromlech al manantial seco.
Concedió en préstamo los templos vacíos.
Hizo una peregrinación silente al Orto.
Sentó sus reales al pie de un volcán.
Hizo un conjuro ante la hoguera apagada.
Ofreció una hostia sobre el altar de piedra.
Acechó al impío en la penumbra.
Observó el humilladero del Ángel Caído.

II
Ahora, en la nave en ruinas,
—bajo la bóveda hendida
de una catedral maldita—
lee un verso profano que habla de sí.
Una lengua de fuego desciende entonces
sobre el tesoro ansiado de sus senos.
Habla en lenguas el ardor de su pecho
y profetizan sus lágrimas caídas en tierra.

III
Un démon espía y atisba tras su espalda.
Siente el deseo de sus garras
sobre su piel y entre su pelo trenzado.
Siente su aliento insufrible
entre su soto castaño.
Lo ahuyenta.
Recuerda un canto y un peán.
Los musita
Ora.
Invoca.
Calla.
Mira.
Se acaba el trance.
Cesa el éxtasis.
Vuelve en sí.
Vuelve a marchar…

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